“La sensación de verte completa y terminada no puede ser mejor”, afirma con una sonrisa en la cara María, a la que detectaron cáncer de pecho en 2007. Ella fue una de las primeras pacientes en someterse a un proceso de reconstrucción mamaria con un tatuaje permanente en el Hospital Universitario de Torrejón. El centro madrileño es el primero de España que fusionó el arte corporal con la unidad de mama que dirige el doctor Lorenzo Rabadán. El artífice de esta difícil tarea que realiza gratuitamente desde hace dos años es Álvaro Quesada, que posee desde hace cinco un estudio propio de tatuajes en Madrid. Quesada empatiza a la perfección con sus pacientes, ya que él mismo es ciego de un ojo debido a un tumor cerebral que padece y del que le operarán en pocos días.
“Con esta técnica, lo que era un bulto pasa a ser un pecho”, explica Quesada. El tatuador asevera que la iniciativa del hospital de Torrejón le pareció “muy buena” y cuenta que ya la conocía porque la realiza otro tatuador en Estados Unidos. “Cuando me ofrecieron este trabajo lo único que consulté fue la técnica. Es mucho más sencillo dibujar un pezón que lo que hacemos a diario en mi estudio”, aclara. Quesada dice que las ventajas de este tatuaje permanente frente a otras técnicas como las de micropigmentación son grandes, ya que con esta última la tinta se borra completa o parcialmente en poco tiempo y las mujeres nunca pueden dejar de acudir al hospital. “Con un tatuaje permanente, se puede evitar darle tres puntos de sutura a una paciente, es maravilloso”, asegura.
Para el tatuador este trabajo tiene una dificultad añadida, ya que no ve por su ojo izquierdo. “No sé aún si me van a quitar el ojo y ponerme una prótesis o lo que va a pasar, solo sé que me van a abrir la cabeza. Lo que hago sí, tiene mérito, pero al final el cerebro es muy inteligente y un pezón son solo dos círculos sencillos de dibujar”, afirma. Quesada cuenta que en sus tatuajes emplea técnicas de grafiti u otras más realistas, de lo que son buen ejemplo sus brazos, completamente tatuados y llenos de color.
Al otro lado del sofá, María le mira con cariño, ya que mantienen una buena amistad desde que se conocieron en el hospital. María reconoce que le dio algo de impresión cuando se conocieron, ya que Álvaro “estaba lleno de tatuajes y muy serio con su bata blanca”. “Llegué con miedo porque nunca me hice un tatuaje y estaba harta de agujas, pinchazos y suturas por todas las operaciones que me hicieron con el cáncer. Pero todo se pasó porque Álvaro estuvo muy atento y no recuerdo que me doliera”, cuenta. Quesada reconoce que María, incluso, le contó chistes verdes y no prestaba atención mientras él trabajaba con la aguja.
A María le diagnosticaron un tumor en uno de sus pechos hace casi 10 años, durante los cuales se ha sometido a cinco intervenciones y quimioterapias de hasta 12 horas. Recuerda emocionada cómo se sintió después de haberse tatuado. “Me miré a un espejo grande y lloré como una magdalena. Yo pensaba que no me importaba no estar terminada, pero verte por fin completa después de la enfermedad es impresionante”, dice. Ella misma reconoce que ahora puede mirarse todas las mañanas al espejo, ya que durante la enfermedad no era capaz. “Yo antes me comportaba como una señora mayor, mi cicatriz era muy grande y no me ponía escote ni nada. Me he quitado un montón de años de la cabeza y me siento apetecible”, cuenta entre risas.
Álvaro explica que su trabajo a veces es complicado porque “después de la operación el pecho se vuelve una zona bastante insensibilizada. María lo confirma, ya que admite que le da grima que la toquen por esa zona. “La sensibilidad te cambia y no tienes la percepción igual que la tenías antes”, cuenta. A pesar de eso, afirma que el cáncer “le ha quitado mucha tontería”. “Cuando te diagnostican se te cae el mundo encima, piensas que vas a estar siempre horrorosa y amputada. Pero te puedes volver a sentir fenomenal, incluso mejor que antes”, explica.
Tomado de: http://ccaa.elpais.com