Las evidencias que asocian obesidad y cáncer, dos de los más importantes problemas de salud en la actualidad, van en aumento. Ya se ha demostrado la relación en el caso del cáncer de mama, de útero, de endometrio, colorrectal, de riñón, de esófago, de páncreas, de vesícula biliar, de cabeza y cuello y de próstata; una lista a la que ahora hay que sumar otro más: el cáncer de tiroides de estirpe epitelial (es el más frecuente, no hereditario).
Según la Sociedad Americana de Oncología Clínica (ASCO, por sus siglas en inglés) existen varios motivos que explican por qué el sobrepeso y la obesidad podrían contribuir a aumentar el riesgo y desarrollo del cáncer. En primer lugar, esta relación está mediada por el aumento en los niveles de insulina y del factor de crecimiento insulínico tipo 1 (IGF-1, relacionado con el envejecimiento) que ejerce el sobrepeso. Además, también influyen la inflamación crónica de nivel bajo que es más frecuente en personas con obesidad y las cantidades más elevadas de estrógenos producidas por el tejido graso.
Por otro lado, también influye el hecho de que las células grasas pueden afectar a los procesos que regulan el crecimiento de las células cancerosas.
La relación entre cáncer y obesidad ya ha sido objeto este año de una campaña de la ONG Cancer Research UK, dedicada a investigar y conciencia sobre el cáncer en Reino Unido, que resalta que hay más tipos de cánceres provocados por la obesidad que por el hábito tabáquico.
Recientemente, un equipo interdisciplinar del Instituto de Investigación Biomédica del Hospital de la Santa Creu y el Sant Pau, de Barcelona (IBB Sant Pau) ha publicado en la revista Scientific Reports un artículo que relaciona el cáncer de tiroides de estirpe epitelial con el colesterol LDL (popularmente conocido como el malo) y uno de sus principales metabolitos, el 27-hidroxicolesterol (27HC), con su crecimiento y su agresividad.
En concreto, ha demostrado que las células tumorales tiroideas proliferan más rápido en cultivos que contienen colesterol LDL que en su ausencia, debido a su posterior transformación en 27HC en el interior de esas células. Los estudios in vitro fueron corroborados en tejidos de cáncer epitelial de tiroides humano, donde se observó una asociación directa entre la agresividad del tumor y una disminución de la expresión génica de la principal enzima que elimina la molécula 27HC, la CYP7B1.
Si la hipótesis que manejamos es correcta, señala Eugènia Mato, investigadora del CiberBBN (Centro de Investigación Biomédica en Red de Bioingeniería, Biomateriales y Nanomedicina) y del grupo de investigación de Endocrinología, Diabetes y Nutrición del IIB Sant Pau, y coautora de ese trabajo, “el colesterol y algunos de sus metabolitos podrían ser considerados nuevas dianas terapéuticas en los tumores tiroideos de mal pronóstico”.
En la investigación, iniciada hace cuatro años, participan científicos de otros grupos del IIB Sant Pau: endocrinología, diabetes y nutrición; bases metabólicas de riesgo cardiovascular; cirugía general y digestiva; investigación clínica en oncología, y patología molecular del cáncer.
Teresa Ramón y Cajal, oncóloga médica especializada en tumores endocrinos del Hospital de Sant Pau y también miembro de ese equipo interdisciplinar, explica, por su parte, que “los datos sobre la influencia de la obesidad en la supervivencia del cáncer, mayoritariamente procedentes de estudios de pacientes diagnosticados de cáncer de mama, próstata o cáncer colorrectal, demuestran que puede aumentar el riesgo de complicaciones del tratamiento quirúrgico, el riesgo de recurrencia e influir en la evolución y el pronóstico de la enfermedad”.
Como ejemplo, cita que la obesidad “aumenta el riesgo de complicaciones por la quimioterapia, de linfedema en pacientes con cáncer de mama y de incontinencia en tratados con prostatectomía radical. Además, los varones afectados por cáncer de recto en estadios II y III tienen más riesgo de recurrencia local; y las pacientes con cáncer de mama y mieloma, peor supervivencia global por todas las causas”.
En este sentido, Ramón y Cajal subraya que “mantener un peso adecuado es un factor protector o reductor de riesgo de padecer cáncer, con lo que se establece como intervención preventiva en el contexto de salud pública. Adicionalmente, en la práctica clínica oncológica esta información se incorpora en el diálogo oncólogo-paciente, en el que se insiste sobre el manejo dietético de las dislipemias, se fomenta mantener la actividad física y se insta a seguir el modelo de dieta mediterránea”.
Tomado de: https://www.elmundo.es/